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Los sueños son clandestinos salvo para el valiente

domingo, 27 de febrero de 2011

Los Soñadores II

Desde las alturas, podía verse como aquella pequeña ciudad se había convertido en una gran metrópolis, digna del oeste europeo. Rande y Lisboa. Magnos puentes cruzaban el agua cristalina del mar. Desde luego, aquel nuevo futuro pertenecía a algún periodo de revolución ecológica. ¡Cómo había cambiado el tono del agua, desechado el fondo empantanado! Aquel color azul tan puro en competencia directa con el cielo. Sin el más mínimo ápice de aire contaminado. Desde las alturas podían distinguirse las redes verdes que atravesaban toda la metrópolis. Casi que aquella red era la regidora de la ciudad y su territorio servidor. De Baiona a Redondela, de Cabo Home a Tirán. De O Morrazo a O Picouzo. Los datos recogidos por los sensores del traje no atisbaban burbuja térmica.

Mientras iba descendiendo hacia el suelo, antes de pensar en alguna idea que le salvase de morir estampado contra la calle o la azotea de algún edificio, tuvo un reflejo de mirar directamente a la bateas. Aquellos rectángulos de madera que ortogonalizaban la geometría natural de la bahía. Pronto averiguaría si habían caído en desuso o no. A su derecha, el puente rojo, monumental. Entorno a 4 km de puente que en condiciones normales no se habría construido. Desde luego, aquel tiempo era el futuro, quién sabe qué persona, qué empresa, qué colectivo, decidió apostar tan fuerte por aquel territorio para que el puente rojo de Lisboa pudiese re-construirse en un lugar tan apartado. Qué desgracia tendría que haber ocurrido para que aquella esquina del mundo fuese gran capital.



Los datos recogidos por los sensores del traje alertaban de la terrible cercanía con la tierra. 10km y restando.

¡Claro! Portaba un traje especial que le dotaba de fuerza sobre-humana. "Ahora recuerdo". El traje podría tener algún paracaidas, o algún cohete que redujese el impacto en la caída. "Si el puente rojo ha sido reconstruido, ¿qué le habrá pasado al original?" Pero no es el tiempo de pensar sino actuar. 3km. Los brazos se prolongan físicamente en perpendicular al tronco. No eran realmente lo brazos, era la parte equivalente del traje, negro. Entre las extremidades extendidas y el resto del cuerpo se despliegan unas lamas metálicas, grisáceas, oscuras, de manera contundente. La superficie resultante describía unas formas aerodinámicas que redujeron casi a cero la velocidad de caida.

"La capacidad de levitar todavía la sigo teniendo aquí". Se dirige hacia la H sobre aquella torre. Antes de llegar, se observa reflejado en la de oficinas que tiene enfrente. Fachada vítrea. Enfoca con las lentes robóticas. La máscara del traje era casi idéntica a la del hombre murciélago. O una simbiosis entre la de Batman y el hombre búho (y también una careta carnavalesca de un gato). Un poco hortera. Aquellos mofletes rosas... aquellos bigotes plásticos... Cree ir vestido como un nuevo superhéroe. Solo que sabe que no lo es. Lo único que puede hacer es levitar en la cercanías de un terreno o algún volumen portentoso como el de aquellas torres. Nunca más allá de los 500m respecto a un gran cuerpo que sabe que tiene como límite. Y lo poco dado que es a la violencia. Quién le habría convencido a ser un justiciero. No es tan fácil como en los cómics. De eso sí que se acuerda.


De repente está en la calle. Ya tenía visto a aquellos bandidos. Así que va a por ellos. Quizás había sido él mismo quien se había convencido para portar con honores un traje oscuro tipo DC. Su poderoso sentido de la justicia. Le llevaría sin duda a ejercer la violencia física, mejor aún, la violencia psicológica, si se motiva por una buena causa, en el sentido personal del bien. Mientras lo pensaba ya había abatido a los esbirros. Sabe que su archienemigo está cerca. Y a quien acaba de salvar... le conoce. En toda historia correcta del cómic del siglo XX tiene que haber una dama con carácter. A ella le conoce. Y ella le reconoce. "Eres tú".

No puede ser. Lleva el traje, se cubre con una máscara. Cómo le habrá descubierto. Te falta el botón del hombro derecho. ¿El botón? "¡Oh, no!" Alguien había cambiado la capa por su abrigo negro de franela. Efectivamente, el que le faltaba un botón derecho en el hombro. Ella se había ofrecido hacía dos días a cosérselo. Los esbirros alertan mediante el comunicador y transmiten la información que desvela su identidad primera. Y el superhéroe venido a menos escapa. Coge un aparato naranja e intenta establecer comunicación con Alfred. Pero no lo consigue. Entonce llama a su coche. Tiene que llegar antes que ellos a la guarida. Sabían donde podría estar. Y ellos eran muchos. Y él tenía tanta gente refugiada allí. Correrían peligro. La mayoría eran infantes huérfanos por la guerra.

Claro. Había habido un poderoso motivo por el que se había convertido en justiciero.

El Carro no llegaba, era veloz pero puede que ya lo hayan bloqueado. Eran rápidos. Eran muchos. Lo único que puedo hacer es correr. Según este mapa está cerca. Sigue intentando advertir a Alfred pero es imposible encontrar un número o seña en el aparato naranja para contactar con él.

Claro. Alfred no existe realmente. Esta no es la historia diseñada y organizada en un cómic. Esta es una realidad. Futura. Es mucho más serio.

La guarida ya estaba asediada. Se escuchaban los gritos. Están en peligro, ¡la mayoría son niños! Del paralelepípedo de hormigón gris, que por fuera simulaba ser una fábrica, o un gran almacén al por mayor, salían llamas. Y humo. La mayor parte de los esbirros eran mujeres, puede que el archienemigo haya tenido piedad por los niños y les hayan enviado féminas para tranquilizarlos. Casi todos añoraban el abrazo de sus madres, sus besos, el olor de los postres, el suspiro de cansancio cuando volvían del trabajo. Los que podían recordarlo. Los que no, adoptaron recuerdos ajenos. Es que la inocencia es universal.
Sí, era eso. Ellas les tranquilizaron enseguida. Algunos hombres también. Atacaría solamente a aquellas que no ofreciesen defensa a los infantes y jóvenes. Era un justiciero, podría aprovecharse del trabajo de los esbirros que compartiesen su objetivo. El bienestar de sus refugiados.

Claro. Tras la guerra, muchos padres y muchas madres perdieron a sus hijos. Por alguna razón su archienemigo deseaba apoderarse de los refugiados. Quizá para utilizarlos como señuelo y que el superhéroe venido a menos acudiese en su ayuda y así destruirlo definitivamente. Pero quizás el archienemigo también había perdido a sus seres queridos en la guerra. Mostraba compasión al enviar a este tipo de esbirros. Y no otros que hiciesen más trágico el momento anterior al rescate. El justiciero tendría que estar alerta para no volver a caer abatido en una realidad futura. La muerte dolía aunque de ella se pueda reponer. Puede resucitar. Técnicamente no es inmorlatidad. No aquí. Pero revivir es algo que no pueden hacer los refugiados. Sabe que si alguien tiene que morir hoy es él.

El cielo se oscureció. Su traje se fundió con la ciudad. Era hora de la acción.

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