"[...]Otra cosa es sumergirse. Cuando está dentro del mar. Eso es otra cosa. Sólo puede entenderse con el mar sumergiéndose. Recorrer los bosques submarinos de la luminarias, ulvas, lechugas, judías de mar, verdín, carrasca, buche bravo, corbelas o encinas marinas, las fajas pardo amarillas, las algas encarnadas, como el marullo o el musgo de Irlanda. Navegando en la superficie se marea. Se pone a morir, estornuda, escupe, se baba, echa los bofes, los hígados, los prefijos, los esputos, las interjecciones, las onomatopeyas, las flemas, los tubérculos, las raíces, la bilis, lo inaccesible, lo peor es vomitar lo que hay después del vacío, después del aire, que es todo de color amarillo, el cielo, el mar, la piel, el revés de los ojos, el alma. Excepto al remar. Si rema, y cuanto más enérgico sea el bogar, de espaldas al punto de destino, hay una suspensión temporal del aturdimiento. Pero la condición es no parar.[...]
[...]
[...]tenía el rostro de la impaciencia. Estaba bien no ser paciente. Pero no la impaciencia.
[...]"
Manuel Rivas
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